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CENTRO ESCOLAR RICARDO TRIGUEROS DE LEÓN: CULTURA Y VALORES.

  • Foto del escritor: Yanira Soundy
    Yanira Soundy
  • hace 4 días
  • 6 Min. de lectura

Por Yanira Soundy

Académica de Número de la Academia Salvadoreña de la Lengua correspondiente a la Real Academia Española.

 

 

Desde hace varios años emprendí la travesía para rescatar la historia, obra y legado del escritor, crítico y editor salvadoreño Ricardo Trigueros de León -hermano de mi madre-.

Desde que era una niña, yo leía sus publicaciones periodísticas y todos sus libros. Poco a poco, descubrí en ellos, sus mundos internos. Así, aparecieron frente a mis ojos abiertos: los paisajes de manglares retorcidos, las hojas de verdes intensos, los brotes delicados y esteros abandonados.  Habían noches pálidas y una actitud contemplativa. Las costas balsameras, los ojos de Acayetl, la flor morena, el perfil de las montañas. De pronto, estaba conversando con el maestro Francisco Gavidia, o acostado bajo la sombra del árbol criollo, leyendo los versos de su amigo Juan Guzmán Cruchaga.

Lo he visto vivo en el corazón de guirnalda de Claudia Lars, en el semblante de Alfonsina Storni, desplomada desde una alta roca hasta hundirse en el fondo del mar. En cada uno de sus escritos y en los manuscritos de sus amigos de antaño: Manuel Alonso Rodríguez, Hugo Lindo, Salarrué, Claudia Lars, Alfonsina Storni, Rafael Alberti, Pablo Neruda, León Felipe, Carmen Lyra,  Juana de Ibarbourou  , Salomón de la Selva, Juan Guzmán Cruchaga, por citar sólo algunos nombres.

Trigueros de León era amante del arte de enseñar, escribió a mujeres estóicas:  Fela Estrada, una maestra de escuela, por quien cultivó sus jardines de elegías, a su amada madre Carlota, Maestra Ilustre de El Salvador y honor al mérito (10-5-50), a su querida Gabriela Mistral, con quien tuvo una estrecha amistad.

El tío Ricardo, posaba sus ojos en los paisajes rurales, en el color de cada latitud, en el sol y la arcilla húmeda de las escuelas. Anhelaba sociedades nuevas y justas con el correr intenso de la vida, donde todos los artistas fueran remansos de luz, para  las personas cansadas de la existencia prosaica.

Si, yo aprendí a mirar sus mundos internos: los geranios de su casa en Ahuachapán, el halo místico en su ventana, su lámpara, aquel libro de hojas gruesas de Tagore. Ricardo, el enamorado de la fruta áspera, de la mujer hecha palabra, de la playa , el beso y la montaña.

Y gracias a la invitación del “Centro Escolar Ricardo Trigueros de León”, le he podido tocar en su tierra y en  las voces de los jóvenes al declamar sus poemas, con ese amor suyo entre las aguas, en  los rayos del sol despeinando los palmares, las matas de orégano, las vecinas y el barrio. He visto su sonrisa, en el brillo de los ojos de los niños, y a la escuela, han venido el sapito, la tortuga, la chiltota y Mimí, para disfrutar conmigo, su vida en los libros y su huella literaria.

Escucho de nuevo sus escritos, cobijada en su frescura, en esta misma tierra, con el corazón lleno de música. Los jóvenes han declamado con mucho respeto y orgullo sus prosas y poemas.

La vida pasa, y nos asombra el tiempo. En mi adultez, Trigueros de León, ha vuelto a tocar mi alma con su “Campanario”  y su amado “Pueblo”.  He repasado sus libros, y pude disfrutar en la lectura,  la compañía de su primera maestra, las vocales como “terroncitos de azúcar”, el aroma a patio fresco y el amor de mi abuela. He vuelto a Ahuachapán, para descubrirle en este bello centro escolar, con la emoción de sus manos.

El camino está trazado. Seguiré visitando el centro escolar en los diversos eventos que el señor director disponga, para que todo el estudiantado del Centro Escolar Ricardo Trigueros de León, sienta orgullo de estudiar en una escuela que lleva el nombre de un gran escritor, literato, crítico y editor salvadoreño. También he presentado varios de los libros que he escrito sobre él, las antologías y el homenaje poético a su obra para que formen parte de su acervo cultural.

El “Centro Escolar Ricardo Trigueros de León”, está ubicado en una tierra cargada de raíces y recuerdos, donde los pájaros hacen fiesta en su revuelo por las tardes, y los colores toman formas extrañas y hermosas. Es un lugar que ahora resalta la obra literaria de Trigueros de Léon, en su sencillez y la unción de su belleza.

El maestro Miguel Antonio Calderón, director del Centro Escolar, realiza un estupendo trabajo en el rescate, promoción y difusión de la vida y obra de Ricardo Trigueros de León. Ambos coincidimos en este afán.

 

 

 

Ahuachapán.

(Prosa poética)

Por Ricardo Trigueros de León

En un recodo del país, tirada cerca de una llanura, está la ciudad. Blancura de siglos, calles empedradas, hierba en los aleros. Bandadas de golondrinas vuelan hasta las torres de la iglesia.

Ciudad tallada en piedra y barro; cuna de luceros, hermana de los jazmines, dueña de lindas mariposas.

Un patio, una enredadera, unos rosales florecidos, una claridad sobre los hombros, una brisa, un aroma…Es un rincón de la ciudad, en una casa antigua.

El poeta –su poeta- Alfredo Espino, vio el patio y la enredadera y el rosal y a una ancianita en medio de las flores. Y el poeta cantó:

 

“Qué tempraneras ella y las palomas:

A causa de que el patio se cubría

De flores, casi siempre amanecía

Bajo los árboles, barriendo aromas.”

….La ancianita, sentada en una silla pequeña, contaba a sus nietos: “La Sihuanaba era una mujer mentirosa. Dicen que era muy linda; pero era muy mala y no quería a su hijito, el Cipitío. Por eso los dioses la hicieron fea, muy fea, y la condenaron a andar vagando en las noches por los ríos, meciéndose en los bejucos y asustando a las gentes que pasan.

Por eso, mis queridos hijitos, no hay que ser mentirosos para que no les suceda lo que le pasó a la Sihuanaba…”

-¿Y el Cipitío , abuelita?- dice uno de los nietos.

-¿El Cipitío…? El Cipitío se quedó chiquito, chiquirritito, mucho más chiquito que ustedes, y anda también por los ríos, jugando con las flores y flotando sobre las hojas que lleva la corriente.

-¿Y no le da frío abuelita?- pregunta otro de los nietos.

-¡No!- contesta la abuela- porque el Cipitío está acostumbrado a vivir en el agua.

-Díganos otro cuento, abuelita- ha dicho una niña de cabellos y ojos castaños.

-Pues había una vez….- comenzó la abuela.

Y tres lindas cabecitas se acercaron más a su regazo.

Ahuachapán: un patio, una enredadera, unas mariposas… Y una abuela junto a sus nietos.

 

 

 

Pueblo

(Prosa Poética)

Por Ricardo Trigueros de León

 

Era un pueblo triste en donde el sol de la tarde doraba las casas bajo cuyos aleros hacían su nido las palomas.

Un viento lento movía el zacate menudo, en los tejados.

Los días parecían deslizarse con lentitud en aquel pueblo de mansas casas blancas y perros humildes echados en las puertas.

El diario llegaba a las seis de la tarde a manos de los viejos que, acercando el sillón de cuero y afianzándose los anteojos en el tercio inferior de la nariz, daban principio a la lectura.

Las viejas, cabeza de algodón, hacían calceta o remendaban las camisas.

Todo era tranquilidad en aquel reino de ventura.

Un río, allá lejos, pasaba anudando canciones entre peñas negras, bejucos y quequeishques. El río era como una olvidada sonrisa en aquel pueblo triste.

A la oración, cuando caían los golpes de las campanas, “el Ángel del Señor” asomaba a los labios. Y aquel susurro de místicas abejas iba extendiéndose como una ola de mansedumbre.

Paz de ojos tristes aquella del pueblo. Paz de buey cansado, de mujer viuda, de campana tardía.

Bajo la ceiba estaban las casas pobres. Las gentes se movían como en sueños.

Pasaban las madres con la cría en brazos –trocito de carne morena- ; pasaban las cipotas de trenzas con listones de colores; pasaban las muchachas de crencha bruna y pasaban también las viejas color de tabaco y los viejos de escasa barba de espuma.

Aquel pueblo era algo así como una sola familia creciendo a la sombra acogedora del tiempo.

 

 

 

Ricardo Trigueros de León:

Hoy tu Pueblo Blanco, volvió a vibrar con tus versos. Los faroles encendidos y la iglesia, fueron testigos de mi alegría, al desempolvar por fin tus huellas -bello  legado cultural salvadoreño-  y  todos tus recuerdos.

Escuché tus pasos, tu risa, tus prosas y poemas, en las voces de los jóvenes y la emoción de la niñez al descubrirte en un "nido tibio de estrellas".

 Agradezco  al “Centro Escolar Ricardo Trigueros de León”,  este lindo homenaje, escuela que con orgullo lleva tu nombre.

Yanira Soundy


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