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Artículos


Ricardo Trigueros de León: Un corazón cinco veces más grande

Por Yanira Soundy




Viaje mucho, asistí a congresos, seminarios, a dictar conferencias, fue en uno de esos viajes, exactamente en Alemania cuando comencé a sentirme enfermo y le pedí a otro amigo escritor que hablaba perfectamente el alemán que me acompañara a hacerme un chequeo médico, mi amigo con mucho gusto lo hizo. El Doctor que me examinó me dijo: -Usted tiene una lesión en su riñón derecho de origen congénito, y su corazón esta cinco veces más grande que el tamaño normal. Debe ser operado inmediatamente.

Yo le contesté: -Si he vivido 43 años con esa lesión bien puedo vivir otros cuarenta años más y si mi corazón está muy grande es porque he amado mucho.

El doctor se enojó y me dijo: -Usted toma todo en broma, pero no le doy mucho tiempo de vida.

-Pues viviré lo que me queda. Conteste.

“¿Quién es Dios?

Dios es risa en el niño, leche en el seno materno, aroma en la rosa, blancura en el corazón de la nube, nieve en la cima de la montaña, ala en el pájaro, lumbre en la lámpara y llanto en el dolor.” Trigueros de León (Revista Cypactly).

A los pocos meses de haber regresado de Alemania, fui internado en la Policlínica Salvadoreña gracias a mi único apoyo: mi hermana.

En ese hospital pase un buen tiempo, y me hice muy amigo de una monjita española, platicaba mucho con ella y le regalé un libro de Kempis.

Un día le dije a la monjita : -¿Por qué Usted siendo tan bella tomó los hábitos?.

Ella me contestó: -¿Y usted cree que a Dios se le da lo más feo?

Fue esa monjita la que se encargó de llevarme un sacerdote para que me confesara en mis últimos momentos.

Al llegar el sacerdote, discutimos mucho sobre teología. El sacerdote me dijo: -¿Ya arregló cuentas con Dios?

Contesté: -Dios va arreglar cuentas conmigo.

Y así pasó el tiempo sin confesarme, el sacerdote –que era Monseñor- me dijo que no podía darme los Santos Oleos, sino me confesaba. Yo respondí: -Ya me confesé con Dios no con un hombre como yo.

Las visitas de todas mis amigas eran interminables, me llevaban cristos, tierra santa, rosarios, agua bendita, etc.

Yo llamé a mi hermana y le dije: -Hermana, a todas ellas las he amado mucho, quiero que te encargues de recibirlas a distinta hora para que no se junten y poder recordar los momentos felices que pasé con cada una de ellas.

La monjita nunca me dejó solo, rezaba sus oraciones a mi lado, le pedía a Dios que me perdonara. Al sentir que la muerte se acercaba yo abrí los ojos y dije: "-Hermana: La oración es la Paz".

Después de estas palabras, el 20 de mayo de 1965, dejé el cuerpo material. Pase a este límite, desde tu orilla hasta la otra donde ahora me encuentro.

Pude ver a mi madre junto a mí, enseñándome las primeras sílabas. La vi hermosamente joven, allá en aquella casa de fragante madera, en la montaña.

++++

Me miro frente a un espejo. Recuerdo al poeta subrrealista... ”sonríes con la axila derecha y me escuchas con el ojo izquierdo”.

Hago unas cuantas líneas en un poema nocturno, los críticos lo elogian....me siento en torno a Masferrer y aparezco en una representación de Hamlet, una de las más conocidas obras de Shakespeare, en el Teatro Nacional, realizada por un grupo de aficionados al teatro inglés. De pronto la soledad pensativa de Alejandro Carrion, los ojos limpios de Pedro Geoffroy Rivas,

Veo a Alberto Guerra Trigueros comentando el hecho en la columna “Buscando a once varas” y de pronto estoy reeditando “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez, la edición más ilustrada de todas. Se han pagado los derechos de autor, se tienen listas las ilustraciones, el papel, etc. Será una edición de lujo. ¿Qué es todo esto? “Torrido Sueño” de Serafín Quinteño aparece de pronto lleno de plasticidad y color y “Fábrica de Sueños” de Waldo Chávez Velasco. Y las manos de Gabriela Mistral tocan mis manos, su manuscrito, con el contraste de los colores puros, rodeada de niños, como los cuentos que repiten las ayas de su valle de Elqui... ¿Dónde estoy?

Soy don Federico de Onis, ¿recuerda? Aquel viejo profesor de literatura en varias universidades norteamericanas, salmantino de nacimiento, estuve de paso en Santiago de Chile. La misma voz terca de don Federico . Nada ha cambiado en ella. Ni las zetas, ni las jotas, ni mucho menos su acento silvestre. Federico se acerca para hablar de Unamuno y de Ortega. Del sombrero blando de don Miguel y de las sutiles ironías de don José. De las agonías del vasco y de la pura inteligencia del madrileño.

Paso hurgando en un promontorio de libros. Y aparece una nota de elección de la junta directiva de periodistas junio de 1957: Manuel Andino (Presidente), Rafael Antonio Tercero (Secretario de Actas), Víctor Manuel Alemán (Síndico), Alfonso Morales (Secretario de correspondencia), Enrique Salazar (tesorero), Salvador Pérez Gómez (Segundo Vocal) y yo (Primer Vocal). Aparece otra nota como Miembro de la Comisión Organizadora a la Primera Mesa Redonda Sobre Conservación y Enseñanza del Idioma Castellano, en 1960. Corren las imágenes y los sonidos….

He olvidado los nombres de las mujeres que amé. Veo sus siluetas, borrosas, perdidas en un tiempo sin sentido. Algunas bellas; otras, ni siquiera hermosas, pero todas tienen un algo que me une a ellas, un extraño olor, un sabor a nostalgia, a cosa perdida. Tampoco recuerdo como se llamaban; solo siento su piel desnuda, el vello tierno que les cubre su piel de durazno. Una de ellas suave; otra dulce como la ingenua alegría; otra áspera como una blasfemia. A todas las amé, a su tiempo. Algo de ellas quedó en mí; pero, aunque me afane, no acierto a descubrirlas.

Con estas experiencias brevemente reseñadas, vuelvo a México, donde me encuentro con Diego Rivera y su mural imposible de contemplar sin un temblor de emoción. Es un canto lírico, pleno de poesía y de amor a la madre Tierra y a todos los que la trabajan.

En ese sitio estoy perdido quizás mi vocación de marino, he recorrido países, a la hora de muerte. Abigarrado color de las calles de Marsella, me enamora una española de un pueblo de Valencia. Sus ojos verdes y su boca de coral. Descubro la vida, me reencuentro con Manuel Andino, de codos sobre la baranda del puente, en un barco lejano, caída la gorra sobre las cejas, fumando su pipa de espuma....escribo lleno de amarillos y azules. Sólo me queda una brújula, una estela en el cielo...

Leo la prosa ágil en el escollo que se destrenza y echa al viento. Se llamaba no sé.......no lo recuerdo y tenía los ojos como dos esmeraldas palpitantes....deliro y me veo entrevistando a famosos personajes de la época, los analizo y desdibujo sus rostros en el aire del recuerdo. Saber contar es un privilegio me digo sin voz. Llego a la flora cuscatleca y las leves mariposas de tallo y estambre blanco son flores sobre las hojas.

Mi hermana Amalia aparece borrosa, en mi círculo de amigos. Gracias al chispeante ingenio de Barba Salinas. Fue difícil desprender su letra menuda y fina, con rasgos trazados como si hubiesen sido hechos sin apoyar la mano. Recuerdo la casa rodeada del brillante plumaje de los pájaros y las risas de las mujeres de negro ...

Camino o floto –no se- atrás quedan las calles tortuosas o pasillos de auténtico carácter español, los ventanales florecidos, los faroles encendidos de retorcidos hierros. Los conventos, museos y las iglesias. Mi Cristo no tiene macilento el rostro, y en sus hombros no se han posado como pájaros las saetas. Mi Cristo no tiene cárdenas heridas, ni huesosas manos, pies lacerados ni mantos en los que el arabesco de oro se transparenta. Mi Cristo tiene que estar vivo. No importa si su cuerpo es moreno o si es blanco o negro. Vuelvo a mis libros y se pasan las horas releyendo teología. El sacerdote explica al abogado su concepción de la Trinidad: “La Trinidad está compuesta, en el fondo por cuatro personas. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y el Hombre. El Hombre no es el hijo. Es el hijo del hijo. Y como el Hijo es también llamado el Hijo del Hombre, no habría dificultad de señalar que el Hombre es nieto del Hombre. Es un razonamiento concebido a la manera de aquel enrevesado razonar de Don Quijote, dado a los libros de caballerías donde se encontraba escrito: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, con tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra hermosura”.

Pienso en estas líneas.

Paso de un paisaje de octosílabos con viento desatado entre las ramas y lejano relincho de caballos.

Las amigas de las preciosas Dulcineas llegan en Diligencias.

De Ahuachapán a Atiquizaya, de Santa Ana arriban los invitados.

El cura echa a vuelo las campanas y los cohetes salen disparados y a tronadores, en señal de alegría.

Veo hacia atrás un tesoro de libros y me siento a escribir desaliñadas memorias... hablo de ánforas, de sutiles perfumes, de todas esas palabras olvidadas de la poesía.

Me encuentro con Roque Dalton ... personal y rara poesía que clama con voz nueva, digna de figurar entre la mejor poesía contemporánea. No se trata de caer en lo intelectivo, en el análisis de la fría razón, sino de una poesía de sangre con el trasunto fiel de la realidad- en donde hay valores de contenido social, lo cual es más impactante que las dulces colinas de durazno de un cuerpo virgen.

Y tú tan pequeña, con solo seis meses de edad... tus ojos el universo de la palabra que pugna por salir de la crisálida y abrir las alas.

Te veo jubilosa estrenando los sentidos, corre el frío, llueve, vuelve el sol, trazaras otros signos cargados de reflexión de cauce más hondo.

No esperas un príncipe de nariz socrática y pecas dispersas en los valles de la cara.

Mi hermana se encargó de enseñarte a estar a gusto entre Garcilazo y Boscan. Aprendiste a escribir a vuela máquina con el choque de dos sangres y con el espíritu frente al reino terrestre o para decirlo de otra manera del reino de lo absoluto en contraste con lo relativo y transitorio.

Escondida en el estudio de la casa, a tus cinco años de edad abriste los cofres de recuerdos –yo te observado siempre en silencio desde este límite-. Lees sin comprender las cartas de mis amigos donde cada quien menciona su futura muerte. Algunos la esperaban jubilosamente ; otros la veían reflejada en una rosa y hablaban de su muerte personal, propia , intransferible- Rilke_ y hay quienes decían su muerte sin fin (Gorostiza).

Tú buscabas en esas palabras mi voz enronquecida. Habías olvidado tus muñecas en tu cuarto tibio, las cuales te esperaban llenas de paciencia -dulcemente trémulas-.

Mientras la palabra se fugaba Yanira, tú la perseguías.

Muchas veces nos vimos- en el invierno- ¿Recuerdas? Tú movías las manos buscando la huella de mi s dedos. Me llamabas ‘El hombre de blanco’.

Ahh- los cofres llenos de recuerdos. Manuscritos de mis amigos, cartas de amor, fotografías, todos fueron devorados una y otra vez por ti – niña asomada a mi mundo tachonado de estrellas-

¿Recuerdas el hambre de inmortalidad de que hablaba Unamuno, el deseo de perpetuarse, de vivir en quienes han de llegar, de marcar un cauce y trazar un camino donde palpita la poesía.....?

Celestes campos hoy has sembrado de diamantes....

Llego a tí: mi luna en el silencio, para llenar tu soledad. Adorno tu frente de espumas y olas, tomo tus manos sordas y dibujo en ellas aristas sin llantos irrisados. Te hablo Yanira de esta sucesión en la vida, donde no existen los peces de colores ni los jardines de barbas blancas. Te hablo con el pecho alegre, el beso diario enredado a tu cabellera de ideales.

Llego a tí: el milagro descubierto para que eches tus miedos a las sombras, el dolor a las espinas y te vuelvas libre de ti misma.

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